Los de allá y los de aquí

eltiempo.terra.com.co

Daniel Samper Pizano
CAMBALACHE
Los de allá y los de aquí (Agosto 31 de 2004)

La emigración puede llegar a ser una de las fortalezas de Colombia.

Cuando ciertos colombianos discrepan de lo que piensa un compatriota suyo residente en el exterior, sienten el extraño e irrefrenable impulso de lanzar el siguiente argumento: “Claro, mientras usted toma jerez con jamón en la Gran Vía, nosotros sostenemos aquí la Patria”.

Mi lado sádico me impide desmentir semejante tontería, y, al contrario, he pensado tomarme una foto catando jerez y devorando jamón en la contaminadísima Gran Vía para hacerlos sufrir mucho más.

Pero mi lado caritativo me empuja a declarar que a los únicos que he visto tomando jerez y comiendo jamón en la Gran Vía es a los turistas colombianos: esos mismos que suponen, envidiosos, que uno hace lo mismo todos los días.

La verdad es que los colombianos que viven en el exterior, por la razón que fuere, tienen poco tiempo para cumplir fantasías turísticas. Con pocas excepciones, se rompen el espinazo trabajando en lo que pueden, en lo que saben, o en lo que menos ignoran. A menudo lo hacen en ambientes hostiles donde hablan lenguas incomprensibles, les pagan menos que a los nativos y les hacen chistes malos sobre su nacionalidad. Pegan ladrillos, lavan platos, trasplantan hígados, compran y venden cosas, se acuestan por dinero con tipos desdentados, enseñan en una universidad o, incluso, escriben artículos en la prensa.

Pero pueden estar seguros los resentidos de que nadie les regala nada, y que a sus alegrías y tribulaciones suman una tenaz colombalgia (el dolor y, al mismo tiempo, la grata nostalgia de su tierra) que los acompaña día y noche. Muchos dejan hijos y cónyuge en Colombia, a la espera de documentación legal o dinero que les permitan traerlos. Otros ahorran para montar a su regreso un pequeño negocio, y no es raro que fracasen sin conseguirlo.

Casi todos se privan de jerez, de jamón y de muchas más cosas para mandar giros a Colombia, circunstancia que agradece la economía nacional. Más de 3.000 millones de dólares anuales representan una bendición para una balanza que exporta poco café y está agotando su petróleo.

Es inevitable que surjan cuñas del mismo palo que ven mal a los colombianos del exterior. Colombia nunca fue nación de emigrantes y no está acostumbrada a esta característica cada vez más imperiosa del mundo globalizado. Pero ahora, con una diáspora que se calcula entre 2,5 y 4 millones, es indispensable que aprendamos a convivir con la realidad de un país emigrante.

Podemos optar entre crear tensiones entre los que se van y los que se quedan, como intentan algunos. O más bien podemos optar por convertir a los emigrantes en una de las fortalezas de Colombia, como hicieron en su momento, por ejemplo, Italia e Israel. Nuestra Constitución ya escogió: quiere que todo colombiano, esté donde esté, sea un aliado de su país. Por eso autorizó en 1991 la doble nacionalidad y creó una circunscripción parlamentaria especial para representar a los que viven lejos.

Al extenderles estos claros derechos políticos, cortó de raíz toda posible polémica sobre su participación y opinión en torno a la situación nacional. Hace algo más de medio siglo, Laureano Gómez quería una Constitución que identificaba al Presidente y al país, de modo que quien criticaba al gobierno desde el extranjero era reo de traición.

Con semejante filosofía , unos años después, Gustavo Rojas Pinilla cerró EL TIEMPO. Parecería que hablo de tiempos viejos, pero cada semana recibo cartas que transpiran el mismo espíritu fascista, y recuerdo que cierto empresario multimillonario expresó alguna vez que las opiniones de Antonio Caballero eran despreciables pues había dejado el país por proteger su integridad. Lo decía, claro, desde un carro blindado y rodeado por veinte escoltas.

Se nos va a complicar mucho la vida si invalidamos las opiniones de colombianos emitidas desde el exterior, pues habría que empezar por anular la Carta de Jamaica, del emigrante Simón Bolívar, y los tratados de Sitges y Benidorm, entre otros documentos claves de nuestra historia que fueron suscritos más allá de las fronteras. Mejor, pues, quedarnos quietos.

En cuanto a la calificación de “ex colombianos” que afrijoló hace poco un envenenado individuo a los colombianos de la diáspora, resulta tan larga e ilustre la lista actual que valdría la pena mudarse a Ibarra solo por pertenecer a ella: Juan Pablo Ángel, Fernando Botero, Sergio Cabrera, Iván Ramiro Córdoba, Gabriel García Márquez, Rodolfo Llinás, Juan Pablo Montoya, Álvaro Mutis, Rafael Puyana, César Rincón, Kike Santander, Shakira, Fernando Vallejo y muchos otros.

Si agrego a quienes culminaron buena parte de su obra en el exterior, como Edgar Negret, Manuel E. Patarroyo, Carlos Vives, nuestros principales futbolistas y difuntos tan notables como Rufino J. Cuervo y Vargas Vila, necesitaría espacio adicional.

Colombianos todos, los de aquí y los de allá. Ni mejores unos, ni peores otros. Cada cual con sus problemas y sus puntos de vista, y todos con una preocupación común de ocho letras. Ahí está la fuerza.

http://eltiempo.terra.com.co/opinion/colopi_new/danielsamperpizano/ARTICULO-WEB-_NOTA_INTERIOR-1782318.html

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